El Salvador Marcos 6:4

No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa.


—Oye —dijo Daniel sacudiendo una llave inglesa en la cara de Alejandro—, no me vengas a decir que un tipo que vivió hace dos mil años, que pasó el tiempo andando por todas partes contando cuentos y vestido de una túnica blanca, puede importarme a mí hoy día.

Hizo un gesto con el brazo, señalando el taller mecánico y los autos que tenía para arreglar.

—No tengo tiempo para charlar de Jesús —continuó—. Me parece que Jesús está bien para las mujeres y los chicos a quienes les gustan los cuentos, y hasta es posible que se beneficien por ellos. Pero, ¿yo? No lo creo. Jesús no tiene nada que ver con alguien como yo, que tiene un taller mecánico lleno de autos descompuestos para componer.

Daniel expresa lo que algunos opinan de Jesús, especialmente los que creen que son muy
hombres. Creen que Jesús es como una sonriente estatuilla plástica colocada en el tablero del auto, vestida con una túnica y con un aura brillante colgando sobre su cabeza que se mece de arriba para abajo. "Jesús no beneficia a gente como yo", dicen. Creen que Jesús tiene tanto que ver con la vida real como esa estatuilla en el tablero del auto.

Eso es un mito.

Jesús era así: Era un hombre trabajador. Podemos imaginarlo en la carpintería con salida a una calle polvorienta en Israel, con un letrero sobre la puerta que dice: "Jesús, hijo de José, carpintero". Imagínatelo inclinándose sobre un tablón de cedro sujetado al banco frente a él. Usa un delantal de cuero. El sudor cae por su rostro. Usa un cuchillo, luego un mazo. La carpintería está llena de la fragancia de la madera de cedro o ciprés recién cortada y de las virutas que cubren el suelo.

Jesús de Nazaret trabajó como carpintero durante 18 años o más, fortaleciendo los músculos de sus brazos y endureciendo la piel de sus manos. Encaró las tensiones de un negocio. Sabía de las presiones familiares. Muchos estudiosos creen que José murió. Puede que los hermanos y las hermanas menores de Jesús pasaron a estar bajo su responsabilidad. Es indudable que sabía lo difícil que era comprar ropa para los chicos y tratar de negociar un precio más conveniente con los mercaderes.

El mundo en que vivía Jesús —tal como el nuestro— era oloroso y sucio. Y cuando se acabó su vida, sufrió una muerte sucia, sudorosa y sangrienta. Pero porque Jesús experimentó las cosas prácticas de la vida, él conoce las cosas que nosotros experimentamos en la vida. Él conoce nuestras luchas con la vida, porque también tuvo que encararlas.

Jesús es nuestro Salvador en la vida real. No es un santo de plástico.



Por Josh McDowell

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